Experiencia de voluntari@: Marta Gallo Albarran

Recuerdo como si fuese ayer el momento de elegir mi lugar de prácticas tras terminar mi grado superior de Integración Social.
Muchos nombres de asociaciones, colegios, fundaciones… algunos de esos lugares los conocía y otros me llamaban mucho la atención, entre ellos estaba Autismo Sevilla.

El autismo había sido un tema que había trabajado mucho en mis estudios y siempre me había llamado la atención pero nunca tuve la
oportunidad de tratarlo personalmente ni de llevar a la práctica mis conocimientos en personas con TEA y pensé que era mi oportunidad, ¿por qué no?

Así elegí mis prácticas, y me lancé a la aventura en Autismo Sevilla. En las prácticas viví 4 meses de aprendizaje y experiencias día tras día.
El trabajo que se realiza a en el colegio Ángel Rivière me gustaba cada vez más gracias al amor que los profesionales mostraban, esa vocación y ese cariño que sea veía en cada una de las actividades, y no me bastó solo con las prácticas, porqué cuando iban acabándose sabía que iba a echar de menos aquello que estaba viviendo, por ello me adentré en el voluntariado.

Nuevos contextos, nuevas actividades, más y más aprendizaje y la diversión era cada vez mayor al igual que mi amor por ellos. Después de haber vivido la experiencia de estos diez días de campamento, es muchísimo lo que adquieres a nivel profesional y personal, lo que compartes con el resto de voluntarios, profesionales y sobre todo, usuarios.

Al principio la idea del campamento daba un poco de miedo, miedo a lo desconocido. Porque eran diez días, quizás no conoces demasiado al usuario que te asignan… pero esta experiencia se la aconsejo a todo el mundo.

Cuando van pasando los días, el usuario se convierte en alguien especial para ti, con el que las risas y la diversión no faltan, y aunque hay días que no todo es tan bonito te sirven para reflexionar, empatizar y ponerte en la piel de esa persona a la que necesitas descubrir poco a poco, y esa persona también necesita descubrirte a ti, es esto lo que crea la unión y compenetración, la confianza y las ganas de seguir descubriendo.

Al terminar esos diez días tuve muchas sensaciones encontradas. Por un lado, no quería que se acabase, pero por otro lado, al llegar, sentí la mayor satisfacción, y una alegría diferente a todas por la cara de familiares y usuarios al volverse a ver, el amor que se muestran y el  agradecimiento que me mostraron a mí y a los demás voluntarios. Ese agradecimiento de las familias hacia nosotros era por hacer disfrutar a los suyos y por poner todo nuestro cariño en ello, lo que no saben es que nosotros, los voluntarios, disfrutamos como niños pequeños deseando hacer cualquier tontería para ver sus sonrisas, repartiendo patatas y gomitas que allí son la mejor de las medicinas y junto a la música que es la mejor amiga del campamento y sirve de unión entre todos.

Me avisaron y me dijeron que esto me engancharía, y así es, aquí las ganas y la ambición por aprender y por hacerlo cada día mejor son mayores cada día. Por todo esto os animo a lanzaros a esta increíble aventura y no querréis que acabe nunca.

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