En este post, queremos compartir con todos las vivencias y la experiencia de una mujer autista durante las fiestas navideñas. A veces, se hace difícil gestionar el caos, los cambios de rutina, las luces… Y con sus palabras, podemos hacernos una idea de todo lo que implican las fechas que se acercan.

O cómo sobrevivir al caos con un cuerpo incapaz de sostenerlo.
Las fiestas navideñas para mucha gente, si no para la mayoría, suponen todo un descontrol de planes, gestiones de idear y comprar y regalar, reuniones, rituales socialmente aceptados…, un caos previsto y establecido, pero un caos en toda regla. Al ser autista y tener los sentidos amplificados, y mis caminos, mis atajos y maneras trazadas de antemano, aunque disfrute de estar con mi familia y celebrar un año más en el planeta, se complica mi existencia un poco durante un mes. Delimitado, periódico e inevitable.
El cómo atravesarlo de forma amable lo he aprendido con los años, aunque ya paliaba de alguna manera esta situación antes de saberme autista. Cuanto más ruidoso, luminoso y artificial se vuelve el mundo, más estructura necesito.
En estas fechas, aparte de intentar bajar la exigencia para conmigo misma, procuro respetar al máximo las rutinas que me marco, y ritualizo mi cotidianeidad, como para adaptarme un poco al espíritu colectivo de carga simbólica, aunque le dé importancia a otras cosas. (Por ejemplo, mi familia extensa es mi familia todo el año, aunque sólo sepa de ellos en estas fechas; y no entiendo por qué en la sociedad no nos felicitamos y deseamos bien todo el año, y nos reservamos eso tan bonito sólo para ahora).
Mi Navidad empieza sí o sí viendo la lotería con mis padres el día 22. Todo el jaleo anterior (los regalos, la decoración, hacer cola en tiendas con la música al máximo…) es el preámbulo, lo sobrevivo como puedo, sin fórmulas mágicas. En un momento estoy sufriendo al ver mendigos a los que nadie mira en una calle abarrotada, todo luz y villancico y marabunta; y al siguiente estoy sentada en el salón de mi casa, otro año más, escuchando a niños cantar números como si fueran mantras.

La siguiente rutina imperdible para mí es, el día 24, después de ayudar a preparar la cena, terminar de envolver regalos (si no se han envuelto ya), y después de almorzar, es calzarme los auriculares y darme un paseo. Caminar sola y sin rumbo establecido me ayuda a disipar la ansiedad que me ha generado todo el mes de diciembre, que no se me quede en el cuerpo. Me gusta mucho ver la ciudad tan tranquila, las personas que se ven la tarde de nochebuena suelen ir de camino siempre a otro sitio, y puedo disfrutar de ver la iluminación en el centro sin aglomeraciones. Cuando vuelvo a mi casa, me pongo mi pijama de perritos, el que llevo poniéndome todas las Nochebuenas desde hace unos 10 años, y ya me puedo sentar con mi familia y estar en paz. Ese paseo, de alguna forma, recoloca mucho de lo acumulado los últimos meses del año.
Entre el 25 y el 31 considero que hay un tiempo de transición que aprovecho haciendo un balance del año, que me ayuda a estructurar, tanto pasado, porque me permite tomar consciencia de todo lo que ha ocurrido en el año, para bien y para mal, además de reconocer mis aprendizajes y mis potenciales áreas de mejora; como presente, porque me mantiene contenida y concentrada en un proyecto útil para mí; como el futuro, porque hago una hoja de ruta para el nuevo año, basada en el anterior.

Como última rutina o, mejor dicho, primera, empiezo el año con el concierto de año nuevo. Habiendo pasado lo peor (y una noche de petardos, todo hay que decirlo), y con mi nuevo balance revisado, disfruto de la música y de mirar los instrumentos, ya tranquila y liviana.
Pienso la Navidad como una oportunidad para volver a nosotros mismos y disfrutar con nuestros seres queridos, pero a veces algunas personas necesitamos de apoyos o estructura extra. Hay muchísimas cosas que escapan a mi control en estas fechas, pero con mis rutinas bien marcadas puedo tolerar mejor, aunque sea sólo un poco, el volumen, el brillo, la conversación incesante, la imprevisibilidad y el caos del mundo.
Escrito por Rebeca C.S.

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